"These days there’s so much paper to fill, or digital paper to fill, that whoever writes the first few things gets cut and pasted. Whoever gets their opinion in first has all that power". Thom Yorke

"Leer es cubrirse la cara, pensé. Leer es cubrirse la cara. Y escribir es mostrarla." Alejandro Zambra

"Ser joven no significa sólo tener pocos años, sino sentir más de la cuenta, sentir tanto que crees que vas a explotar."Alberto Fuguet

"Para impresionar a las chicas de los 70 tuve que leer a Freud, Althusser, Gramsci, Neruda y Carpentier antes de llegar a los 18. Para seducir a las chicas de los 70 me hice especialista en Borges, Tolstoi, Nietzsche y Mircea Elíade sin haber cumplido los 21. Menos mal que ninguna me hizo caso porque entonces hoy sería un ignorante". Fernando Iwasaki


miércoles, 3 de junio de 2015

Conviviendo con la aflicción: “La luz difícil” de Tomás González

"Un mundo sin aflicción, pensé, estaría tan incompleto y sería tan poco armonioso, tan feo, como una escultura o un árbol que no tuviera sombra”
Tomás González

Es común escuchar la frase Los hijos deben enterrar a sus padres, no los padres a sus hijos, y echando un vistazo a la literatura sobre relaciones  paternales, la mayor parte de su enfoque y perspectiva, parte de estos últimos en su abrumadora mayoría. Los padres por lo general fungen como la primera figura autoritaria y la mantienen en mayor o menor medida, a lo largo de toda ella. Muchos han escrito sobre los traumas que esto ha significado tratando de lidiar con dichos demonios en sus libros. Otras veces, sobre cómo estos han sido vitales alentando la carrera literaria de sus hijos o simplemente los ayudaron en momentos vitales. Su pérdida también es fuente de muy logradas novelas marcando el inicio de una nueva etapa para los autores, por lo general en su etapa de madurez. Pero es raro encontrar padres escribiendo sobre la pérdida de un hijo. ¿Cómo plasmar tamaño dolor a través de palabras?¿Cómo transmitir un proceso tan tormentoso y traumático?¿Cómo plasmar a través de la escritura una muerte de semejante magnitud? ¿Es posible hacer una novela sobre un padecimiento tan particular sin caer en extremos que puedan sonar inverosímiles?. Tomás Gonzáles asume el reto y el producto es una corta novela de extraña belleza.  Nos sumerge en un estado de melancolía y solidaridad con el protagonista, a tal grado que por momentos uno parece comprender las emociones por la que éste está pasando. 

David, un pintor de edad ya muy avanzada,  decide pasar los últimos años de su existencia en un pueblito colombiano, condicionado por un retiro “obligado”. Sus días se ven absorbidos en acciones rutinarias, ayudado por una mujer del pueblo. Es así que se pone a escribir sobre un hecho que marcaría un antes y un después  innegable en su vida: La decisión de morir de su hijo Jacobo. Un accidente de tránsito lo dejó parapléjico a éste último, sumiendo sus días en una constante agonía, pues el dolor físico era tan grande que por momentos la muerte era una condena más apetecible que el padecimiento al que su físico deplorable lo había sometido. Por más tratamientos con los que se intentó aliviar dichas dosis de dolor, nada tuvo una efectividad destacable. Por ello, la voluntad de morir en una ciudad de Estados Unidos viajando con su hermano. Y David, nos cuenta cómo fue esa espera, ¿Se arrepentiría a último momento? ¿Qué pasaría por su mente en sus últimas horas de vida? ¿Su hermano lo convencería de no hacerlo?¿Cómo lo está tomando su madre?¿ Cómo comportarse cuando tu hijo ha decidido morir y uno no puede más que esperar?

La ciudad de New York sirve de atmósfera para la narración de la historia de David y su familia. Durante las cercas de 24 horas que dura la espera de la llamada que les diga si Jacobo murió o se arrepintió a último momento, se nos va contando parte de la historia de David, aquella que es importante.Sus anhelos como inmigrante en los Estados Unidos; su vida con Sara, el único amor que puede validar en su biografía; sus amigos; su pasión por retratar aquellas imágenes en las que se funden bellas formas que la realidad le otorga y su imaginación. Flashbacks  de distintas épocas alternándose con su presente en el país latinoamericano y las horas de tensa espera en la ciudad que nunca descansa. Todo encadenado de tal forma que uno no se pierde entre tantas escenas, sino que va siendo testigo como la suma de todos ellos sirve para el propósito de González. Pequeños puntos que separados no nos dicen nada, pero que en conjunto tiene el valor de una pintura de notable belleza.

No se vaya a pensar que este libro sirve de plataforma para  que González ensaye una posición sobre la eutanasia. El autor tiene el suficiente tino como para darle al lector el suficiente espacio para su8 propia reflexión. Lo que prima en las pocos más de 130 páginas de este libro, es un retrato, lo más verosímil posible, sobre la pérdida de un ser, la extinción de una vida.  La ausencia de alguien que ha sido determinante durante la existencia de uno y cómo se sobrevive a ello, si es que se es capaz de hacerlo. ¿Alguien debe ocupar su lugar? ¿Qué actitudes debe asumir uno?¿Qué canales se usan para desahogar la tormenta que se forma y dejar ir esa sensación de desesperación en la que uno parece ahogarse por ratos? ¿Cómo plantarle cara a la muerte?

Cómo ya he dicho en anteriores posts, hay infinidad de temas sobre los cuales escribir. Hay muchos mundos que no se han explorado aún. Tomás González lo ha hecho sobre el mundo de la aflicción demostrando que la violencia colombiana no es el único tema sobre al cual los autores de dicho país pueden avocarse ( y del que muchos autores locales pueden aprender algo)

 Se consigue en  Librería Communitas. Vale la pena el monto y el tiempo invertido.


+Frases y fragmentos:

“Nunca he sido capaz de diferenciar demasiado entre el amor y deseo, así que puedo decir que nos tuvimos mucho amor toda la vida.”

“Han pasado ya tantos años desde entonces que incluso la pena en mi corazón se ha ido secando, como la humedad en una fruta, y es poco frecuente que el recuerdo de lo ocurrido de repente me agite otra vez, como si hubiera sucedido ayer, y me haga tragar fuerte, para controlar cualquier sollozo. Pero aún ocurre, y la congoja amenaza entonces como doblarme. Pero pasa también que a veces pienso en mi hijo, y los sentimientos son tan cálidos que se me ocurre pensar que la vida es eterna, quieta y eterna, y el dolor, una ilusión.”

“El infortunio es siempre como el viento: natural, imprevisible, fácil.”

 “Me gusta cómo lo que el hombre abandona se deteriora y empieza a ser otra vez inhumano y bello.”
“Cruel es el lugar común de que la esperanza es lo último que se pierde.”

“Cuando pienso en eso y siento la ausencia de Sara y el frío de esta, la inevitable soledad de la vejez humana debo recostarme un rato, apagar el alma unos minutos como soplando una vela y dormir.”

Que tu armazón, como en el caracol, se tan fuerte que pueda permitir la ternura, decía un poeta, y eso le iba a todos ellos.”

“El tiempo es materia rara. Teníamos por delante pocas horas, ya menos de once, que iban a estar más cargadas de pena que todo lo que les hubiera podido ocurrir a mis cangrejos herradura en sus millones de años de existencia. Y al mismo tiempo eran horas muertas y vacías.”

“La aflicción no es inmóvil; es fluida, inestable, y sus llamas, más azules que anaranjadas y rojas, y a veces de un verde pálido espantoso, lo torturan a uno por un costado en el interior del cuerpo, a veces por el otro costado, a veces por todo el interior y con mucha fuerza, hasta que te ves gritando en silencio como en la pintura de Munch en la que una persona da un alarido sobre un puente.”

“El tiempo es materia elástica que depende de la alegría o la aflicción.”

“La gran soledad es como un lienzo aparentemente vacío, engañosamente vacío.”

“En otras palabras, hay dos maneras de estar en la ciudad: o manteniendo bien la compostura, o esquizoide de remate y hablando solo o con fantasmas por puentes y avenidas.”

“Y ahora que vuelvo a hacerlo después de tantos años me asombra otra vez los dúctiles que son las palabras; lo mucho que por sí solas, o casi por sí solas, expresan lo ambiguo, lo transmutable, lo poco firme de las cosas. Son iguales al mundo: inestables como casa en llamas, como zarza ardiendo.”

+Sobre el autor:

Tomás González nació en Medellín (Colombia) en 1950. Estudió Filosofía en la Universidad Nacional de Colombia y trabajó como barman en la discoteca El Goce Pagano, que publicó su primera novela a ?nales de 1983. Ese mismo año partió hacia Estados Unidos. Vivió tres años en Miami y dieciséis en Nueva York, ciudad en la que trabajó como traductor y escribió gran parte de su obra. Volvió a Colombia en 2002, y actualmente vive en Cachipay, a dos horas de Bogotá. Es autor de las novelas Primero estaba el mar (1983), Para antes del olvido (1987, ganadora del V Premio de Novela Plaza &Janés), La historia de Horacio (2000), Los caballitos del diablo (2003), Abraham entre bandidos (2010), La luz difícil (2011) y Temporal (2012); de los libros de cuentos El rey del Honka-Monka (1995) y El lejano amor de los extraños (2013), y de un poemario, Manglares (1997/2006). Libros suyos se han traducido al inglés, al alemán, al francés, al portugués, al holandés y al coreano.


+Primeras líneas de la novela:

"Esa noche pasé mucho tiempo despierto. A mi
lado, Sara tampoco dormía. Miraba yo sus hombros morenos,
su espalda aún esbelta a sus cincuenta y nueve
años, y encontraba consuelo en su belleza. A ratos nos
tomábamos de la mano. En el apartamento nadie dormía,
nadie hablaba; de vez en cuando alguno tosía o
iba a orinar y volvía a acostarse. Nuestros amigos Debrah
y James habían venido a acompañarnos y se habían
acomodado en un colchón en la sala. Venus, la novia
de Jacobo, se había acostado en el cuarto de él. Mis hijos
Jacobo y Pablo habían salido dos días antes en una
van de Rent-a-Car con rumbo a Chicago, desde donde
habían tomado un avión para Portland. En algún momento
me pareció oír el débil rumor de la guitarra de Arturo,
el tercero de mis hijos, en su cuarto. En la calle
sonaban los gritos nocturnos del Lower East Side, las botellas
quebradas de siempre. A las tres de la mañana, o
algo así, pasaron, cavernosas, dos o tres motocicletas de
los Hell’s Angels, que tenían su sede a dos cuadras de nuestro
apartamento. Dormí casi cuatro horas seguidas, sin
soñar, hasta que a las siete me despertó la punzada de
angustia en el vientre por la muerte de mi hijo Jacobo,
que habíamos programado para las siete de la noche,
hora de Portland, diez de la noche en Nueva York."

+Entrevista:


+Edición especial de Buensalvaje Colombia sobre este autor:

https://revistabuensalvaje.files.wordpress.com/2014/11/buensalvaje_co_1.pdf




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